Hombre y superhombre es una pieza que el autor escribe como réplica al desafío de un colega que lo insta a reelaborar el mito del Don Juan. John Tanner, moderna versión del antiguo seductor, se convierte en portavoz del pensamiento iconoclasta de su creador y en el blanco de los avances amorosos de la protagonista, cuyo afán de casamiento él procura resistir con denuedo. Precisamente uno de los principales planteos que propone el texto y que estructura la acción es una nueva visión del ser femenino que descubre en él, por detrás de su aparente pasividad y debilidad, la fuerza y la capacidad para conquistar al hombre que, forzado a resistirse, terminará cediendo ante el empuje de su fuerza vital y afán de pervivencia. Ésta y otras cuestiones, tributarias algunas del pensamiento de Nietzsche, presente en el propio título, son exploradas extensamente en varias escenas y discursos de la obra.
Es complicado siquiera entender la naturaleza literaria de «Hombre y superhombre». Redactada y después estrenada en el primer decenio del siglo XX. De él sostenía C.K. Chesterton que llevó la filosofía a las calles y las calles a la filosofía. Bertrand Russell, filósofo, que por cierto veía en Shaw a un dramaturgo social estimable, no tenía una opinión tan positiva, ni muchísimo menos, de su faceta de «pensador». En «Retratos de memoria» no concede gran crédito al autor de «Vuelta a Matusalén». Esta obra tiene muchos ecos de la filosofía de la época, algo de visionaria, y es abundante en motivos vitalistas, entre biológicos y épicos.
Fuente: Entrelectores